domingo, 30 de noviembre de 2014

Vacaciones en Reta Capítulo Completo





Vacaciones en Reta




1



Nuestras primeras vacaciones fueron en las sierras. Eso duró un par de años. Nos prestaban la cabaña unos primos de Marga, que casi nunca la utilizaban, entonces aprovechábamos enero, que para nosotras es el mes ideal. Tras las corridas por los exámenes y cierres de diciembre, alcanzábamos la posta y el descanso. Además de los institutos y la universidad, ella también era docente en un secundario; eso era lo que más la agobiaba durante el periodo de clases.
Cuando tuvimos tiempo para planificar nuestro descanso, elegimos el mar y un sitio alejado, lo más que pudiéramos, del ruido y la congestión que se riega desde Buenos Aires hacia lo ancho de la costa atlántica.
Gracias a un amigo descubrimos Reta, y nos fuimos hacia allá. Era un balneario en estado primitivo que, en algún aspecto, me recordaba algunas playas uruguayas camino a la Paloma, o lo que significaba Buzios, a comienzos de los ochenta. Las aguas eran distintas, el paisaje otro, pero sentí encarnado el espíritu de esos sitios, a los que se iba con la expectativa de vivencias diferentes a las que ofrecían los lugares de veraneo; que se habían transformado en la cita anual de nuestros padres, pero que no dejaban de ser una prolongación de su mundo con otro paisaje y en otra época del año.

En el segundo verano que fuimos a Reta, llegó un grupo de músicos y escultores que parecían miembros de una tribu o de una comunidad de ésas que salen a la búsqueda de tierras para asentarse y darle la espalda a esta sociedad. Se establecieron en un pequeño bosque cercano a la playa y el sitio se convirtió, inmediatamente, en el lugar de encuentro. Ahí se realizaban fogones por las noches y, entre las guitarreadas y algo para comer y beber, pasábamos las horas despreocupados.
A los pocos días llegó una pareja, que armó su carpa cerca de ellos y se incorporó al grupo. Los acompañaba un estudiante de antropología, Ignacio, que hallaba en cada cosa que hacíamos motivo para ensayar teorías, algunas interesantes, otras disparatadas; pero con sus ideas y exposiciones animaba debates que nos hacían partícipes a todos. Era difícil permanecer callados y no intervenir en esos intercambios de juicios y opiniones, que a veces alcanzaban el tono de acaloradas discusiones, pero que siempre culminaban bien, logrando que nos conociéramos unos con otros, más allá de la superficialidad en la que nos movíamos.
Nos unía el deseo compartido de un mes en libertad, sin los impedimentos que nos invadían durante el año y de los que nosotros también éramos cómplices.






2



Marga siempre ha sido atractiva, y el mar, el sol y ese estado de júbilo que gozábamos, la habían transformado en un ser que, con su presencia, despertaba la sexualidad de aquellos con los que nos vinculábamos. Yo preferí en algunas cuestiones hacerme a un lado, permitir que lo prohibido, en ámbitos normales, tuviera lugar, y no trasladar a estos parajes la moral y la posesión con la que nos habían domesticado en nuestros hogares.

Una tarde se fue a nadar con Ignacio. Decidí que no iba a pasarme el día sola, y desde temprano me dirigí hacia donde estaba el grupo de los artistas, cantando y disfrutando del agua que, por suerte, se encontraba más cálida que otras veces, en un día nada ventoso.
Recuerdo que luego comimos entre todos, con lo que cada uno acercó al festín, brindando por cada cosa que se nos ocurría. Hicimos un fogón y permanecimos juntos hasta pasada la medianoche. El cansancio del día, y lo que me daba vueltas en la cabeza, hizo que, cuando percibí que mi ausencia no iba a ser notada, me retirara hacia la hostería en la que nos habíamos alojado.

Abrí la puerta y vi nuestras cosas. Fue extraño que ella no estuviera. Miré la ropa que había dejado por la mañana, luego de probarse lo que encontraba a mano, y fui a prepararme un té. Ninguna había tirado la basura. Ahí permanecían los restos del desayuno, las tazas con algo de leche en el fondo, migas a un costado de los platos y las cucharas con restos pegados, adheridos a la superficie.
Decidí acostarme y esperarla dormida. Era lo mejor. Probé con leer y algo de música y, aunque intenté dormirme, no pude. El sueño no llegaba. Me sentía rara, pero dentro de mí comprendí que cualquier cosa que hubiera sucedido entre ellos era lo correcto. Debíamos ser capaces de vivir nuestra relación con sinceridad, sin los celos y reproches a los que otros acostumbraban. Si lo nuestro no era común, no debería serlo en ningún aspecto.

Llegó horas más tarde. No encendió la luz, intentó hacer el menor ruido y fue hacia el baño. Oí el agua que caía sobre su cuerpo dorado. Luego, lentamente, se introdujo en la cama. No sabía si hablarle, hasta que salió de mi boca decirle su nombre, tan sólo su nombre. Respondió afectuosa, me apretó la mano y dormimos juntas, abrazadas, hasta las primeras horas de la mañana. El sol nos fulminó desde la ventana y comenzamos a movernos.
Sonrió cuando le dije que juntas parecíamos lagartos que reviven con el calor, como si en nuestra soledad permaneciéramos en un sosegado letargo.






3



De esas semanas se me grabaron imágenes y circunstancias a las que recurro, como si fuesen un arcón que conserva parte de mi vida. Cuando estoy sola, y cierta tristeza me apena y roba el deseo, las fotos que he visto en más de una ocasión hacen que persista en esos rostros, en esos sitios. Le devuelven la vida y los traen al presente, como si estuvieran fijados con una fuerza mayor a otras vivencias que hemos tenido. Y en esa trampa de la memoria, que privilegia algunos sucesos por encima de otros, también percibo que los altera en su repetición constante, y digo y escucho cosas que, seguramente, no fueron dichas, y hago lo que hubiera querido hacer y no hice. Nuestro pasado cuanto más vuelve sobre nosotros, más lo moldeamos según nuestras necesidades y temores. Nunca es el mismo. Nunca es él, solo. El pasado es un animal vivo.

Un día después, Ignacio dejó Reta. Creo que en ese verano fuimos los últimos de ese grupo, armado fortuitamente, en regresar a la ciudad, a ese símbolo de nuestro origen. Cuando cada uno ya estaba en su sitio, al principio ocurrieron esporádicos encuentros, pero nuestros lazos estaban limitados a ese espacio y aquel tiempo.
Las estadías en el mar, ese lapso detenido, libre de lo que es el verdadero registro de nuestras existencias y relaciones, fueron el carnaval de la vida, que por sí mismo estaba destinado a durar un periodo breve y determinado. No era su naturaleza extenderse más allá de ese periodo. Lo que sucedía fuera de él, era lo que mantenía nuestro vivir, lo que nos hacía ser lo que somos; pero el sabor de nuestras existencias provenía de aquellas situaciones, de aquella dicha, en las que nos permitíamos pellizcarle a la vida algo de lo que en la ciudad, bajo hábitos civilizados, se nos negaba. Aquí éramos seres que aceptábamos la mendicidad, allá íbamos tras los prodigios.

Sentí que en nuestra existencia parecíamos deambular entre un ciclo diurno y un ciclo nocturno, pero no sólo en lo que concierne a estas situaciones, sino también en relación a decisiones que guardaban significados trascendentes para nosotros y para aquellos que nos rodeaban. Elegíamos con los ojos vendados, y nosotros mismos, en la mayoría de los casos, éramos quienes ajustábamos la venda.



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