viernes, 21 de noviembre de 2014

El destino 1






El destino

  
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Algo sonó fuera de la casa. Debe haber sido la bocina de una ambulancia, de ésas que en la noche recorren solitarias la ciudad. Sin aviso, se introdujo en nuestro cuarto.
Me desperté como si ya fuera de día, sin rastros del sueño. Descansaba a mi lado. La contemplé alejada de todo lo que nos afectaba en la vigilia. Me vino a la mente la idea, la fantasía, de que volviéramos a ser jóvenes, de que en un instante este paisaje de la vida le hiciera lugar a ese presente que fue; que regresaran los rostros, las sonrisas, las palabras; que regresaran los seres, que ya no eran o habían dejado de estar a nuestro lado.
Amar la vida es lo único que me vino a la mente en esa madrugada, despierta a deshora, junto a la mujer que amaba. Pensé, con un dramatismo al que no estaba habituada, que mientras que en el mundo abunda el dolor, dejamos pasar oportunidad tras oportunidad, como si siempre hubiera tiempo para aquello que no sabemos realmente qué es. Intercambiamos las máscaras de jueces y verdugos con otros pasajeros de esta historia, e insistimos con errores que se reiteran en nuestra juventud, adultez y ancianidad. Los marginados nos despiertan temor, y no alcanzamos a comprender que esa extrañeza la compartimos todos, sin diferencia, más allá de que en algún instante nuestra estrella esté en lo alto. Lo único que brilla siempre es el sol, y nosotros somos inconclusos planetas que giran alrededor de esa estrella. Nuestra rotación, morosamente, descansa del lado oscuro, donde la vegetación es fría y no crece, donde el agua se transforma en hielo y no corre, donde las formas animales toman el rostro de las rocas y se deshacen en arena.


Creo que tengo cosas por decir, aunque no conozca la verdadera noción acerca de qué es lo que sospecho y necesito trasmitir, lo que está en mi boca y apenas me permite respirar.



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