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En el desayuno
fue la primera vez que mencioné el tema. Miró hacia otro lado; segundos después
comentó que días atrás había notado esa aparición. Según sus palabras,
inicialmente no le prestó atención, pero al percibir que la presencia no
disminuía, sino que aumentaba, agregó que había decidido ir al médico la semana
próxima. Ya tenía turno.
No quisimos
nombrar la palabra enfermedad, mucho menos tumor, pero a partir de ese instante
el día tomó un ritmo cansino, se adaptó a un compás diferente al de otros
domingos o de un día cualquiera. Sentí que nuestras cabezas habían sido fijadas
en eso, aunque nuestras palabras y rostros intentaran dibujar un paisaje
distinto.
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