Hasta el día en que conocí a Marga, creí que ya no había nada especial que esperar, que ninguna fantasía de las que pudiera haber cobijado en mi juventud tendría oportunidad de realizarse. Con su presencia y su compañía, ella me devolvió las ilusiones, ésas que habían quedado dentro de un antiguo cajón, guardadas, escondidas o arrebatadas. Su mirada bastaba para que rescatara del olvido esa sustancia, el verdadero armazón y los elementos de los que estoy hecha.
En el período anterior a su llegada –en el que abundaron relaciones pasajeras, algunas de las cuales, en sus comienzos, llegaron a parecer otra cosa– sabía que en esos affaires no hallaría atributos legítimos para construir nada que no fuera más que una suma de encuentros. Esos afectos menores, ese interés sexual limitado, se agotaban rápidamente, sin que se alcanzase la intensidad que la intimidad con Marga fue capaz de brindarme. Con ella, el deseo sexual estaba al mismo nivel que las pasiones que despertaba.
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