4
No tengo la
voz de un hombre. Nunca mi voz será eso. Mi voz es la voz de ella, la voz y los sonidos de una mujer.
Los pasos de mis pies son leves, apenas se perciben sobre la madera donde
percuten o las baldosas en las que se deslizan. No los comparo con los pasos de
ellos, los de ellos son fuertes; los míos débiles, delicados. Mi aliento no
gana la mañana con ese ímpetu que lleva el aliento de ellos. Mi voz se puede
elevar, pero nunca se elevará como la voz de un hombre, tonante, impostada.
Pero yo, mujer, amo a una mujer como ningún hombre la amaría. Y sus pasos y su
voz, y su aliento, no llegarán a ella despojados, porque en ella estaré yo,
seré su compañera. Y dejaré los vestidos que he heredado, dejaré los zapatos de
punta que me hacen ridícula y nunca serán míos.
Yo mujer no
pensaré, cuando pienso en ella, en lo que ellos piensan; pero no por eso lo mío
será distinto, en esa esencia que apenas rozamos. Lo mío y de quien esté a mi
lado, tendrá el mismo sabor, un sabor de tierra, de esa mezcla de la que se
hacen las cosas más entrañables, como el amor, el olvido, el recuerdo, esta
vida.
Me perderé en
mis sentimientos como ustedes, como ellos, me perderé como yo, como nosotras,
como siempre deseamos hacerlo. Me perderé en mis sentimientos, porque ésa es la
única manera en la que realmente soy, en ellos existo sin límites.
Lo que haga
siempre será poco. Pero aquí es donde debo estar, donde debo ser. Nada es tan
distinto bajo el sol. Cada cuerpo lleva su sombra en sus propios huesos. Su
carne esconde lo que se eleva altísimo como un dios. Cada cuerpo lleva su
sombra y yo busco aquella sombra donde la mía entregue su oscuridad como una
ofrenda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario