Le fui contando esas historias, mientras el
frío de la madrugada nos congelaba. Y por instinto, nos abrazamos; buscábamos
conservar ese calor que se esfumaba con la noche, queríamos estar juntas.
Paradas en la vereda, estábamos a pocas cuadras de mi casa, expuestas a la
mirada del mundo, de alguna luz que encendiera una ventana, de un auto o tren
que batiera el silencio; pero yo no prestaba atención. Lo mío era la alegría,
una felicidad que nos habitaba. La alegría de que ella estuviera a mi lado, por
esos pasajes, a esa altura de la noche, en ése que era mi barrio, al que había
regresado hace pocos meses y en el que ahora paseaba en esa nostalgia, y en su
compañía, por mi infancia, mis recuerdos, mis calles, mis casas de brujo.
Quedamos juntas, apretadas contra el pilar
que está al lado de la entrada. Se apoyó en la pared y nos besamos, nos
comenzamos a acariciar presintiendo que íbamos a continuar juntas el resto de
nuestras vidas. Creo que allí se inició, realmente, lo nuestro, que ese fue el
primer beso de nuestra relación, el que de alguna manera selló un pacto al que
nunca le pusimos palabras, el que sentíamos que fundía a una con la otra.
Pasé mis manos sobre su cuerpo, las deslicé entre sus piernas, abiertas, tocando su sexo a través del pantalón, acariciándolo como si palpara su piel, sus labios. La tomé de la cabeza, nos movíamos como si estuviéramos tendidas en una cama. Sus pechos estaban erizados, los sentí debajo de la blusa y los rocé con los míos. Nuestras bocas no se separaban. Entre besos cortos y besos largos, la deseaba intensamente, con un deseo que no sólo era amor, que no sólo era deseo, que también era satisfacción, llegada, destino. Era una sensación única por la que jamás había pasado.
En eso oí ruidos que venían de la planta
baja, también noté que se encendían luces en el segundo piso y se movían las
cortinas que cubrían una ventana. Me separé apenas, me costaba, dolía alejarla
de mi cuerpo. Le murmuré que nos fuéramos. En esa noche, nosotras parecíamos
los fantasmas en la entrada del castillo embrujado. Un eco de voces detrás de
nosotras nos despedía. El hechizo o la maldición, que daba fama a ese palacio,
continuaría su historia, pero lejos de nosotras.
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