jueves, 13 de noviembre de 2014

Nosotras 4







4


Hay cosas que me han sucedido una vez y que, difícilmente, se repitan con esa intensidad: La primera ocasión en que mi mano te rozó y supo que podía acariciar ese cuerpo, distraerse en él sin que nada lo limitara, cómo se erizó mi piel esa tarde cuando tus uñas recorrieron mi espalda, sorpresivas y dañinas, sin contemplación. Mi respiración no será la misma, ni tu boca se humedecerá en mi sexo como en esa noche si otro sexo la deseara. Ésas y otras vivencias permanecerán en mi pasado, perturbándolo a su gusto. Habrá ocasiones en que aparecerán como un bálsamo, un acicate a fantasías que la realidad recibe de mala gana, tratándolas como hijas de otro dominio. Pero reanudarán su camino y estarán allí.

A veces tengo la impresión de que antes éramos más felices, de que antes siempre fuimos más felices. Sé que es una impresión falsa. Debe nacer en cierta debilidad que ahora me acompaña; cuando esa sensación llega, se instala y no sé cómo hacerla a un lado.
No soy la única persona a la que le sucede esto. Es algo compartido con la mayoría de los seres humanos. Los niños y los adolescentes parecen ser los exceptuados. Unos están aún a ciegas y a los otros los lleva el frenesí inicial, que se va gastando al cabo de los días, de los meses, de los años. Pero la juventud también sabe de ese dejo de vida, de esa melancolía que fluye como un río, que es agua de un lago profundo y cristalino, que atraviesa, penetra y separa nuestra existencia y nos hace frágiles.

La catástrofe somos nosotros, pero no es la idea o la impresión con la que deseo quedarme. Entramos al mundo del sexo a tientas, a oscuras, y cuando se enciende la luz es porque la fiesta está pronta a acabarse. Es como si nos invitaran al final de una reunión, donde han sido convocados quienes conocíamos y quienes nos eran extraños, y al término de la misma no recordamos los nombres, ni los cuerpos, de unos, ni de otros. Y nuestro propio cuerpo se precipita, se derrama transfigurado en un vino oscuro y nuestros ojos permanecen fijos hacia un sol que nos encandila.



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