domingo, 23 de noviembre de 2014

El destino 2








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Se me hace que somos muchos quienes vivimos esta existencia como si luego existiera otra oportunidad, como si al cabo de los años la suerte nos brindara otro ida y vuelta. No en una vida extraña, alejada de los seres, de los sitios e incluso de las situaciones que de alguna manera hemos transitado. Sino aquí mismo, en un sentido fuerte del aquí mismo. Por la magia de esta época, estamos habituados a que la función siempre empieza de nuevo, el game over no nos asusta. Sin duda que esto es locura, pero esa sensación que nos recorre, más allá de que no lo confesemos y de que, en la mayoría de los casos, sea inconsciente, considero que obra de escudo o de distracción con respecto a la verdad.
No voy a declarar nada acerca de esa verdad. La verdad la sabemos, está dentro; quien más, quien menos, la vislumbra, la lleva esparcida en su ser. Hay una vivencia de ella, por más enajenado que estemos y que la alienación haya perturbado nuestra relación con ella. No hay instante en que no estemos despidiéndonos. Cada célula, cada órgano, cada pelo, cada miembro, es testigo de este rito continuo que nuestros progenitores y ancestros han iniciado.

Hay una edad en que esa conciencia trágica parece atenuarse. Confiamos en que va desapareciendo, que se esfumará y terminará extinguiéndose y que nos dejará tranquilos de ahí en adelante, pero un día retorna, se instala cómodamente en nosotros y no da señales de abandonarnos nuevamente. Cada mañana, ni bien despertamos, está ahí.

Hay temporadas que, desde el amanecer, en lo primero que pensamos es en el tiempo que nos queda. Y sabemos que ese tiempo también será devorado, sin que tengamos dominio ni capacidad para evitarlo. Las horas seguirán con ese tintineo en la cabeza. No se acallará a lo largo de la jornada, estará ahí, hagamos lo que hagamos, sujeto a nosotros como un animal silencioso, que detrás de su gentileza es el cazador más eficiente de la manada. Lo sorprendente es esa distracción de la que les hablaba, cómo logra, con su naturalidad y simpleza, hacerse un lugar en nosotros y, gracias a los efectos del sopor que causa, nos permite seguir hacia adelante y hace que nuestra tierra no sea ganada sólo por la verdad. Elude que se instale una voz que enmudezca al resto y nos diga que no hay sentido en ningún acto. Si esto no ocurriera, caeríamos exhaustos sobre el primer sillón que esté frente a nosotros y no nos moveríamos hasta que nos alcanzara la noche. Pero esa voz no aparece. Esa voz no es tan elevada. Entonces seguimos. Seguimos día a día. Somos criaturas embriagadas, destellos apagados.



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