2
Marga siempre ha sido atractiva, y el mar, el
sol y ese estado de júbilo que gozábamos, la habían transformado en un ser que,
con su presencia, despertaba la sexualidad de aquellos con los que nos
vinculábamos. Yo preferí en algunas cuestiones hacerme a un lado, permitir que
lo prohibido, en ámbitos normales, tuviera lugar, y no trasladar a estos
parajes la moral y la posesión con la que nos habían domesticado en nuestros
hogares.
Una tarde se fue a nadar con Ignacio. Decidí
que no iba a pasarme el día sola, y desde temprano me dirigí hacia donde estaba
el grupo de los artistas, cantando y disfrutando del agua que, por suerte, se
encontraba más cálida que otras veces, en un día nada ventoso.
Recuerdo que luego comimos entre todos, con
lo que cada uno acercó al festín, brindando por cada cosa que se nos ocurría.
Hicimos un fogón y permanecimos juntos hasta pasada la medianoche. El cansancio
del día, y lo que me daba vueltas en la cabeza, hizo que, cuando percibí que mi
ausencia no iba a ser notada, me retirara hacia la hostería en la que nos
habíamos alojado.
Abrí la puerta y vi nuestras cosas. Fue
extraño que ella no estuviera. Miré la ropa que había dejado por la mañana,
luego de probarse lo que encontraba a mano, y fui a prepararme un té. Ninguna
había tirado la basura. Ahí permanecían los restos del desayuno, las tazas con
algo de leche en el fondo, migas a un costado de los platos y las cucharas con
restos pegados, adheridos a la superficie.
Decidí acostarme y esperarla dormida. Era lo
mejor. Probé con leer y algo de música y, aunque intenté dormirme, no pude. El
sueño no llegaba. Me sentía rara, pero dentro de mí comprendí que cualquier
cosa que hubiera sucedido entre ellos era lo correcto. Debíamos ser capaces de
vivir nuestra relación con sinceridad, sin los celos y reproches a los que
otros acostumbraban. Si lo nuestro no era común, no debería serlo en ningún
aspecto.
Llegó horas más tarde. No encendió la luz,
intentó hacer el menor ruido y fue hacia el baño. Oí el agua que caía sobre su
cuerpo dorado. Luego, lentamente, se introdujo en la cama. No sabía si
hablarle, hasta que salió de mi boca decirle su nombre, tan sólo su nombre. Respondió
afectuosa, me apretó la mano y dormimos juntas, abrazadas, hasta las primeras
horas de la mañana. El sol nos fulminó desde la ventana y comenzamos a
movernos.
Sonrió cuando le dije que juntas parecíamos
lagartos que reviven con el calor, como si en nuestra soledad permaneciéramos en
un sosegado letargo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario