viernes, 7 de noviembre de 2014

La diferencia 5








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Su relación conmigo le dio a Marga la seguridad en la elección sexual de la que, hasta mi aparición, carecía. Eso hizo predecible, de alguna manera, que en los primeros meses, cuando ya vivíamos juntas y el núcleo de sus relaciones sabía de lo nuestro, ella iniciara algún tipo de militancia a favor de los derechos de los homosexuales.
Comenzó a ir a marchas y a reuniones que se realizaban en el local de una asamblea barrial. Allí concurría un nutrido grupo de lesbianas que tenía experiencia en el activismo, y que no se quedaban atrás en sus propuestas y en las acciones que tomaban. Por un tiempo, eso la atrajo. Regresaba por la noche, tarde, luego de una asistencia casi perfecta y sistemática, con la que de alguna forma intentaba expresar su compromiso hacia otras personas y hacia ella misma. Llegaba a nuestra casa con las ideas revueltas y se mantenía así, hablando, agitando las manos y los brazos, arengando a un público imaginario, hasta entrada la madrugada. Yo la seguía hasta donde podía, luego intentaba calmarla. Era hora de dormir. En breve comenzaría una nueva jornada, con otro tipo de obligaciones.

Al margen de mis convicciones sobre la libertad y la sexualidad de cada ser humano, sólo había participado en una oportunidad de la celebración del día del orgullo gay. Fue en la segunda o la tercera realización que se hizo en Buenos Aires, y no regresé nada convencida de que ese tipo de manifestaciones sirviera, realmente, para algo más que para excitarse en público y en masa; percibí aquello como una fiesta tribal, donde sus miembros se reunían a los ojos de todos, para ventilar en público lo que era propio de la intimidad. Ese ímpetu les generaba un entusiasmo del que mi sensibilidad no era parte.
Consideraba que desde la forma misma como se postulaba la homosexualidad y las declaraciones que rodeaban ese festejo, las consecuencias no eran la integración desde el respeto a las diferencias, sino que la atención se ponía en la brecha, y esto sólo lograba distinguirnos como isla y no conducía a que nos realizáramos como integrantes de la sociedad a la que pertenecíamos. Años después supe de la fiesta denominada Brandon Gay Day, hacia la que siento algo similar.
No dejaban de ser formas de sectarismo, que contribuían en su formulación primaria a lo que nosotras, desde otro ángulo, rechazábamos.



A diferencia de esto, lo que sí apreciaba en algunas de las mujeres que participaban en la agrupación de la asamblea, era ese feminismo natural que tenía directa relación con el carácter popular que habitaba esos sitios. Algo diferente al feminismo de clase que cultivaban amigas lectoras de Simone de Beauvoir, que parecían más interesadas en exhibir su erudición que en las cuestiones que nos concernían, por las que se debía luchar o por las posiciones que debíamos mantener, más allá de lo que yo entendía como un transitorio rechazo social. Si éramos las que obrábamos vuelta y vuelta sobre lo estipulado, debíamos tener los ojos abiertos para expulsar el resentimiento y no ubicarnos en posiciones inversas pero simétricas, complementarias, a las que tenían una mirada represora que nosotras censurábamos. La realidad es más compleja.



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