jueves, 27 de noviembre de 2014

El destino 6








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Después de la sorpresa de ese despertar, por varias semanas vivimos cierto frenesí sexual que cada día era mayor. Visto desde afuera, daba la impresión de que no podíamos estar juntas sin besarnos, ni acariciarnos, sin desear que nuestros cuerpos se entregaran al placer con una intensidad renovada.

Una de esas noches fuimos a un cumpleaños. Nos costó disimular ese fuego desde las primeras horas. Habíamos bebido algo de más. Marga se subió a mis piernas y empezó a besarme. Percibí que a nuestro alrededor se extrañaban de nuestro comportamiento, pero no era capaz de separarla de mí, menos de insinuarle algo que la  afectara. Sus manos intentaron abrirse dentro de mi blusa, cuando sentí un chirlo en mis piernas que me disuadió a seguir. Tomé su mano, la besé y le pedí que me alcanzara el vaso. Reaccioné gracias a ese gesto de una amiga y comencé a dialogar con los otros invitados. Por suerte fui capaz de enfriar el momento, sino hubiéramos terminado, tempranamente, enredadas entre las sábanas del dormitorio de Laura, bajo la mirada cómplice de algunas y la sorpresa del resto.
Cuando al final de la velada retornamos a Villa del Parque, entramos a nuestra habitación contentas de estar juntas. Llevábamos copas en las manos y una botella. Entre caricias, nos desnudamos una a la otra. Ahí fue que toque algo raro, algo que en ese estado no me permití apreciar, más allá de saber que estaba palpando una diferencia en un cuerpo para mí perfecto y que ahora, por razones que desconocía, se veía invadido por una forma ajena.




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