viernes, 28 de noviembre de 2014

El enfermo imaginario 1








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No recuerdo con certeza si fue la semana siguiente, el sábado posterior. Regresábamos del centro, luego de cenar y asistir a un festival de teatro francés. Lo que recuerdo con precisión es la obra, habíamos visto “Le Malade imaginaire” de Molière, por un elenco de jóvenes universitarios que estaban de gira. En el mes se habían presentado otras compañías internacionales, y Marga tenía especial interés en ver esta puesta de las peripecias de Argán, ese pater familias ridiculizado a la vez que satisfecho. Molière era un autor que a las dos nos atraía. Sentíamos a su teatro contemporáneo. Sin que importaran los temas que tocara, introducíamos una mirilla y espiábamos desde ese mundo, lejano en el tiempo, a éste que habitábamos. Él y Voltaire estaban entre nuestros dioses galos. Sus obras y su arte, siempre eran buena compañía.

Ingresamos a nuestra casa y Marga me hizo a un lado con un ademán rápido y firme. La observé apoyada contra el marco de la puerta en el instante en que comenzó su parlamento:

“Vuestro más alto saber es sólo una quimera,
Médicos incompetentes;”

Mientras caminaba el hall de entrada agregó, con voz cantarina y  sin permitir que me acercara a ella, ni que me moviera de donde me había dejado parada:

“No podéis curar, con vuestros picos elocuentes
El mal que me desespera:
Vuestro altísimo saber: una pura quimera.

¡Ay!, descubrirle no miro
Este amoroso tormento
Al pastor por quién suspiro,
Que es mi único ungüento.
No presumáis de subsanar el padecimiento,
Ignorantes médicos; carecéis de talento.
Vuestro más alto saber es sólo una quimera.
Todas las propiedades que el vulgo ordinario
A vuestros tibios remedios suele atribuir
En nada le han beneficiado a mi calvario.
El pico que tenéis sólo le puede servir
A un enfermo imaginario.”


Con las últimas palabras se acercó y me besó en la boca. La dejé jugar un instante. Me había gustado verla interpretar, sólo para mí, ese breve texto del inicio de la obra. Exhibía en la intimidad talentos que solía ocultar ante los otros. La tomé de la mano, pasé un dedo por su nariz, besé su frente y fui hacia la cocina. Ella se puso, en silencio, a elegir la música. La perdí de vista mientras preparaba el café. Marga, excitada, había abierto una botella de champagne. Tomó dos copas, las sirvió y llevó el balde hasta el dormitorio. Fui con ella. Dejé mis tazas calientes, mientras observaba el vapor que se despedía de ese líquido negro que, seguramente, terminaría derramado al otro día sobre la pileta de la cocina, y pasé una mano sobre ellas, en despedida. Sentí el calor del agua que se condensaba en mi piel. Entré a nuestro cuarto, luego de deslizar los dedos aún tibios sobre Puig, nuestro gato, que descansaba sobre su almohadón preferido. En un lapso de ese sueño, insinuó un gentil ronroneo, sin abrir siquiera sus ojos. Y hallé a Marga sentada a un lado de la cama, con una copa en la mano, al tiempo que sonreía y se la pasaba por los labios. Estaba feliz. Yo sabía que parte del entusiasmo provenía de la oportunidad que le iba a dar una importante galería de Buenos Aires, con una chance de que saliera algo en San Pablo. Ahora creo que en esa noche una suma de presentes era lo que la hacía mostrarse así.


Dejé encendida una luz tenue. Mientras bebíamos el champagne, hablaba con gran entusiasmo, saltaba de un tema al otro. Comenzamos a besarnos y noté que eso, a diferencia de lo que esperaba, mitigó su entusiasmo. Cuando ya no quedó nada en la botella, ni en las copas, se recostó y, finalmente, se fue silenciando. La cabeza me daba vueltas. La acaricié. Acaricié su cuerpo desnudo como en otras noches y la oí dormir. En los labios parecía tener grabada una sonrisa, después acudieron a mí esas ideas. Con los dedos había vuelto a rozar algo que no me agradó. Su rostro descansaba, sus piernas se arqueaban apenas. Giró hacia mí, como buscándome aún en el sueño. Le volví a pasar una mano por los cabellos y traté de pensar en otra cosa, de distraerme en cualquiera de los temas que hasta ese instante flotaban en el aire y parecían hacerse del protagonismo de los próximos meses. Dormí bien, hasta tarde. Mañana sería domingo.



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