lunes, 1 de diciembre de 2014

El enfermo imaginario 5









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Muchos términos, que no eran propios de mi vocabulario, por esos días comenzaron a serme comunes. Pensaba en cosas que leía; en mi cabeza iban y venían, datos y estadísticas, para los que no estaba capacitada. No sabía desentrañarlos en su significado. Y hoy dudo de que algo de ese fárrago teórico me fuera útil. A diferencia de mí, a Marga esto no parecía interesarle en lo mínimo. Aceptaba que esas cuestiones la trascendían. Debían ocuparse de ellas los médicos, los especialistas. Ninguna de nosotras. Y su cuerpo –como el templo que de pequeña me habían dicho que era el cuerpo de cada ser humano– tenía que realizar el resto del trabajo reparador, ante ese sacrilegio celular al que parecía destinado.

Fui consciente que ante la enfermedad, si no se está alerta, uno puede ser arrastrado por una serie de sucesos e ideas que hasta ese momento no sospechaba. La enfermedad de Marga era la primera que vivía realmente. Pasé por otras que afectaron incluso a seres cercanos, pero no dejaban de serme ajenas; ésta yo también la padecía.



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