martes, 28 de octubre de 2014

Entrada al jardín 3




Entrada al jardín





3



La primera imagen que conservo de vos es la de tu rostro, en una tarde de aquel verano. Llovía y entraste empapada al salón que daba al jardín, el de los grandes ventanales. Era sábado y estábamos reunidos en la casa de Jorge, para tratar no sé qué tema sobre las modificaciones en el edificio de Artes. Quizá fuera una excusa para que comiéramos algo entre todos, y que cada uno hiciera gala de sus trabajos y de sus proyectos. Ésa era en parte nuestra forma de ser. Encerrados en nuestra rutina, nos considerábamos especiales, distintos al resto de las personas. Nadie lo proclamaba abiertamente, pero lo exhibíamos en nuestras frases y en nuestros hábitos, en la manera cómo nos referíamos a lo que no pertenecía a nuestro universo.

Me volví cuando oí abrirse la puerta de la sala. Te observé. Sacudías el agua de tu pelo y de tu ropa. Te pasabas una mano con ligereza, y los cabellos se te venían encima. Volvías a lo mismo, y parecía que no ibas a poder salir de ese aguacero que se te había pegado al cuerpo. Estabas hermosa. No dejé de mirarte aún cuando el resto de los que estábamos ahí continuaba hablando y moviéndose, con otras preocupaciones, mencionando aulas, números, paredes, nombrando colores, objetos que ya nada significaban para nosotras. Me estabas mirando. Lo presentí.

Cuando cesó ese chaparrón, por un momento dejamos nuestros lugares y fuimos en grupo hacia afuera. Los arabescos de las copas mitigaban la luz del sol, que regresaba con mayor intensidad. La vegetación aislaba el aire que envolvía a los que permanecíamos en ese corredor, entre los rosales y las otras plantas.
No intercambiamos demasiadas palabras. Las justas, las precisas. Creo que a lo largo de estos años siempre fue así. Nunca fuimos de hablar de más. Nuestros silencios a veces eran de días, semanas; tal vez por eso ahora no percibo la diferencia. Estás a mi lado, yo cada tanto digo alguna tontera, irrumpo en risas, te comento algo, y el día continúa con su rutina, con su luz y sus sombras.
Pero esa tarde me atreví a tocar tu mano cuando sujetabas una correa gastada que caía hacia las baldosas rojizas. Te quedaste quieta, giraste apenas el rostro y vi tus ojos. Creo que fue la primera vez que te llamé por tu nombre.

En este estado sé que no soy capaz de apreciar las diferencias entre ese ayer y hoy. Un leve frío, por instantes, me recorre el cuerpo cuando me animo a dar un paso hacia adelante. Es la sensación de que algo que está entre nosotras se delata, que quiere hablarme. Y simulo que eso no debe ser dicho, que no es el momento, que ese frío en mi espalda, en mi cuerpo, en todo mi cuerpo, debe retirarse a una tierra que no es ésta, porque vos estás ahí, estás a mi lado, y tengo mucho que contarte, mucho, y no conozco el tiempo que nos queda, y no sé si algo que provenga de mí puede dar un paso a favor en la batalla que nos sujeta.


Vengo de un mundo. Voy hacia otro. Y en ambos extremos mi deseo es hallarte. Te descubrí una tarde de estío en que tu nombre aún no era nada para mí y volveré a encontrarte.





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