Anunciamos la salida en libro impreso de la novela que inicialmente se llamó Amor en Baires. Apareció en este mes, julio de 2020, en la Colección Letras del maíz, del sello ALVAREZ CASTILLO EDITOR, con el nombre, final, Historia de dos mujeres.
En este Link del Blog del sello se puede leer más información:
https://alvarezcastilloeditor.blogspot.com/2020/07/historia-de-dos-mujeres.html
Y, para quien le interese leerla, pueden adquirirla por Mercado libre en el Link:
https://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-865225364-hector-alvarez-castillo-historia-de-dos-mujeres-lesbianismo-_JM?quantity=1#position=2&type=item&tracking_id=98982946-c00c-466f-bf2d-fd6758066b3d
Amor en Baires
sábado, 4 de julio de 2020
Historia de dos mujeres - Salió la novela impresa
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viernes, 5 de diciembre de 2014
Amor en Baires: Primeros 7 capítulos completos
Hoy en Amor en Baires no ofrecemos nada nuevo. Abajo indicamos -para quienes aún no leyeron todo el material subido- los links donde está completo cada uno de los 7 primeros capítulos, además del Plan de obra. Allí encontrarán información general sobre la historia de amor de Marga y Leda.
Con estas entregas diarias, al modo de un folletín, llegamos a la mitad de la obra.
Plan de la obra:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/10/amor-en-baires-una-novela-de-hector.html
Capítulo 1 – Entrada al jardín:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/10/entrada-al-jardin-capitulo-completo.html
Capítulo 2 – El castillo de los bichos:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/11/el-castillo-de-los-bichos-completo_6.html
Capítulo 3 – La diferencia:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/11/la-diferencia-completo.html
Capítulo 4 – Nosotras:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/11/nosotras-capitulo-completo.html
Capítulo 5 – Vacaciones en Reta:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/11/vacaciones-en-reta-capitulo-completo.html
Capítulo 6 – El destino:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/12/el-destino-capitulo-completo.html
Capítulo 7 – El enfermo imaginario:
http://amorenbaires.blogspot.com.ar/2014/12/el-enfermo-imaginario-capitulo-completo.html
Recuerden que el blog ofrece la opción de suscripción gratuita para recibir diariamente cada actualización en el e-mail privado.
Agradecemos la divulgación de nuestra propuesta y los comentarios de los lectores. Y aprovechamos para señalar, una vez más, que la política editorial del mercado argentino ha marginado de los sellos pretendidamente literarios esta obra, por eso éste es un intento humilde pero eficaz de que Amor en Baires llegue a sus lectores.
Muchas gracias por atender a estas cuestiones. La historia de amor de Marga y Leda, como novela, también se les agradece.
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jueves, 4 de diciembre de 2014
El enfermo imaginario Capítulo Completo
El enfermo imaginario
1
No recuerdo
con certeza si fue la semana siguiente, el sábado posterior. Regresábamos del
centro, luego de cenar y asistir a un festival de teatro francés. Lo que
recuerdo con precisión es la obra, habíamos visto “Le Malade imaginaire” de Molière, por un elenco de jóvenes universitarios que
estaban de gira. En el mes se
habían presentado otras compañías internacionales, y Marga tenía especial
interés en ver esta puesta de las peripecias de Argán, ese pater familias ridiculizado a la vez que satisfecho. Molière era un
autor que a las dos nos atraía. Sentíamos a su teatro contemporáneo. Sin que
importaran los temas que tocara, introducíamos una mirilla y espiábamos desde
ese mundo, lejano en el tiempo, a éste que habitábamos. Él y Voltaire estaban
entre nuestros dioses galos. Sus obras y su arte, siempre eran buena compañía.
Ingresamos a
nuestra casa y Marga me hizo a un lado con un ademán rápido y firme. La observé
apoyada contra el marco de la puerta en el instante en que comenzó su
parlamento:
“Vuestro más alto saber es sólo una quimera,
Médicos incompetentes;”
Mientras
caminaba el hall de entrada agregó, con voz cantarina y sin permitir que me acercara a ella, ni que
me moviera de donde me había dejado parada:
“No podéis curar, con vuestros picos elocuentes
El mal que me desespera:
Vuestro altísimo saber: una pura quimera.
¡Ay!, descubrirle no miro
Este amoroso tormento
Al pastor por quién suspiro,
Que es mi único ungüento.
No presumáis de subsanar el padecimiento,
Ignorantes médicos; carecéis de talento.
Vuestro más alto saber es sólo una quimera.
Todas las propiedades que el vulgo ordinario
A vuestros tibios remedios suele atribuir
En nada le han beneficiado a mi calvario.
El pico que tenéis sólo le puede servir
A un enfermo imaginario.”
Con las
últimas palabras se acercó y me besó en la boca. La dejé jugar un instante. Me
había gustado verla interpretar, sólo para mí, ese breve texto del inicio de la
obra. Exhibía en la intimidad talentos que solía ocultar ante los otros. La
tomé de la mano, pasé un dedo por su nariz, besé su frente y fui hacia la
cocina. Ella se puso, en silencio, a elegir la música. La perdí de vista
mientras preparaba el café. Marga, excitada, había abierto una botella de
champagne. Tomó dos copas, las sirvió y llevó el balde hasta el dormitorio. Fui
con ella. Dejé mis tazas calientes, mientras observaba el vapor que se despedía
de ese líquido negro que, seguramente, terminaría derramado al otro día sobre
la pileta de la cocina, y pasé una mano sobre ellas, en despedida. Sentí el
calor del agua que se condensaba en mi piel. Entré a nuestro cuarto, luego de
deslizar los dedos aún tibios sobre Puig, nuestro gato, que descansaba sobre su
almohadón preferido. En un lapso de ese sueño, insinuó un gentil ronroneo, sin
abrir siquiera sus ojos. Y hallé a Marga sentada a un lado de la cama, con una
copa en la mano, al tiempo que sonreía y se la pasaba por los labios. Estaba
feliz. Yo sabía que parte del entusiasmo provenía de la oportunidad que le iba
a dar una importante galería de Buenos Aires, con una chance de que saliera
algo en San Pablo. Ahora creo que en esa noche una suma de presentes era lo que
la hacía mostrarse así.
Dejé encendida
una luz tenue. Mientras bebíamos el champagne, hablaba con gran entusiasmo,
saltaba de un tema al otro. Comenzamos a besarnos y noté que eso, a diferencia
de lo que esperaba, mitigó su entusiasmo. Cuando ya no quedó nada en la botella,
ni en las copas, se recostó y, finalmente, se fue silenciando. La cabeza me
daba vueltas. La acaricié. Acaricié su cuerpo desnudo como en otras noches y la
oí dormir. En los labios parecía tener grabada una sonrisa, después acudieron a
mí esas ideas. Con los dedos había vuelto a rozar algo que no me agradó. Su
rostro descansaba, sus piernas se arqueaban apenas. Giró hacia mí, como
buscándome aún en el sueño. Le volví a pasar una mano por los cabellos y traté
de pensar en otra cosa, de distraerme en cualquiera de los temas que hasta ese
instante flotaban en el aire y parecían hacerse del protagonismo de los
próximos meses. Dormí bien, hasta tarde. Mañana sería domingo.
2
En el desayuno
fue la primera vez que mencioné el tema. Miró hacia otro lado; segundos después
comentó que días atrás había notado esa aparición. Según sus palabras,
inicialmente no le prestó atención, pero al percibir que la presencia no
disminuía, sino que aumentaba, agregó que había decidido ir al médico la semana
próxima. Ya tenía turno.
No quisimos
nombrar la palabra enfermedad, mucho menos tumor, pero a partir de ese instante
el día tomó un ritmo cansino, se adaptó a un compás diferente al de otros
domingos o de un día cualquiera. Sentí que nuestras cabezas habían sido fijadas
en eso, aunque nuestras palabras y rostros intentaran dibujar un paisaje
distinto.
3
Esa semana se inició un ciclo al que aún estoy ligada. Visitas a
médicos, análisis, radiografías, consultas, derivaciones, turnos que se sucedían,
diagnósticos que alentaban, tomografías, diagnósticos que nos apretaban al
llanto, al silencio, a la euforia. No es mi fuerte hablar sobre estas
cuestiones –me he dedicado al arte, a la literatura, al amor–, es un camino que
no era mi camino el que fui andado, no reniego de él, sólo confieso que mi voz
se apaga en su relato.
Lo que agrego,
si sirve a la historia, es que en esas circunstancias sentí que la invitación a la vida era
inconclusa. Sólo en ocasiones aisladas esa invitación recuperaba algo del
sentido inicial, pero luego era rebasada por una serie incipiente de cuestiones
anodinas, que mantenían entre sí una fuerte coherencia, una cordura que no era
la mía y que, aún cuando parecía antojadiza, se erguía dominante ante el
esfuerzo y las intenciones de una.
Tal vez, del otro lado estuviera la libertad,
pero ¿cuánto dura esa libertad? Tal vez menos del tiempo que nos dedicamos a
pensar en ella. Ése era en parte el fracaso.
Alguien se
acercó y me aconsejó que, en el día a día, lo mejor era mantener los hábitos.
No sé si entendí bien, no oía todo lo que me decían; por momentos deseaba
hablar, pero callaba. Comentó algo acerca de la guerra, de que en tiempos de
guerra se debe continuar con las obligaciones, el trabajo, los estudios, los horarios;
se debe seguir con la rutina como si nada sucediera, que esa guía de lo
cotidiano ayuda. Ceñirse a un orden externo parecía el remedio adecuado a la
interrupción de la armonía.
4
No tengo la
voz de un hombre. Nunca mi voz será eso. Mi voz es la voz de ella, la voz y los sonidos de una mujer.
Los pasos de mis pies son leves, apenas se perciben sobre la madera donde
percuten o las baldosas en las que se deslizan. No los comparo con los pasos de
ellos, los de ellos son fuertes; los míos débiles, delicados. Mi aliento no
gana la mañana con ese ímpetu que lleva el aliento de ellos. Mi voz se puede
elevar, pero nunca se elevará como la voz de un hombre, tonante, impostada.
Pero yo, mujer, amo a una mujer como ningún hombre la amaría. Y sus pasos y su
voz, y su aliento, no llegarán a ella despojados, porque en ella estaré yo,
seré su compañera. Y dejaré los vestidos que he heredado, dejaré los zapatos de
punta que me hacen ridícula y nunca serán míos.
Yo mujer no
pensaré, cuando pienso en ella, en lo que ellos piensan; pero no por eso lo mío
será distinto, en esa esencia que apenas rozamos. Lo mío y de quien esté a mi
lado, tendrá el mismo sabor, un sabor de tierra, de esa mezcla de la que se
hacen las cosas más entrañables, como el amor, el olvido, el recuerdo, esta
vida.
Me perderé en
mis sentimientos como ustedes, como ellos, me perderé como yo, como nosotras,
como siempre deseamos hacerlo. Me perderé en mis sentimientos, porque ésa es la
única manera en la que realmente soy, en ellos existo sin límites.
Lo que haga
siempre será poco. Pero aquí es donde debo estar, donde debo ser. Nada es tan
distinto bajo el sol. Cada cuerpo lleva su sombra en sus propios huesos. Su
carne esconde lo que se eleva altísimo como un dios. Cada cuerpo lleva su
sombra y yo busco aquella sombra donde la mía entregue su oscuridad como una
ofrenda.
5
Muchos
términos, que no eran propios de mi vocabulario, por esos días comenzaron a
serme comunes. Pensaba en cosas que leía; en mi cabeza iban y venían, datos y
estadísticas, para los que no estaba capacitada. No sabía desentrañarlos en su
significado. Y hoy dudo de que algo de ese fárrago teórico me fuera útil. A
diferencia de mí, a Marga esto no parecía interesarle en lo mínimo. Aceptaba
que esas cuestiones la trascendían. Debían ocuparse de ellas los médicos, los
especialistas. Ninguna de nosotras. Y su cuerpo –como el templo que de pequeña
me habían dicho que era el cuerpo de cada ser humano– tenía que realizar el
resto del trabajo reparador, ante ese sacrilegio celular al que parecía
destinado.
Fui consciente
que ante la enfermedad, si no se está alerta, uno puede ser arrastrado por una
serie de sucesos e ideas que hasta ese momento no sospechaba. La enfermedad de
Marga era la primera que vivía realmente. Pasé por otras que afectaron incluso
a seres cercanos, pero no dejaban de serme ajenas; ésta yo también la padecía.
6
En ocasiones,
por la mañana o entrada la noche, me sentaba sola a beber un café y pensaba que
esto que le sucedía a Marga era una oportunidad que se nos brindaba. La reunión
de sucesos debía enseñarnos a domesticar nuestro lado más salvaje y ayudarnos a
subvertir los restos de un servilismo oculto que aún residía en nosotras, un
resabio atávico que nos sojuzgaba.
Los seres
humanos tenemos un perfil que no siempre encaja con lo que somos y menos, mucho
menos, con lo que, realmente, podemos llegar a ser. Desperdiciamos esta
existencia seguros de que alguien vendrá con otra ficha y el viejo juego –el
juego gastado– comenzará nuevamente. Queda el sentido, la arrogancia de quien
tiene algo para decir, cuando la corriente invade esta realidad y la reduce a
períodos de hibernación. Ahí observamos la jactancia de seres grises, que
deambulan extraviados, salvos en sus aspiraciones gracias a un designio fijo y
establecido, sumidos al ciclo de generación y corrupción que contamina toda
materia. En algunas personas, la locura en la que viven no les deja tiempo para
enterarse de que están enfermas. Esa locura actúa como protección.
El mundo –y
según parece el cuerpo también– no está hecho para el exceso. Las grandes
inteligencias, lo que excede la medida, habitualmente son castigadas con la
marginación, observando cómo se premia la constancia en un trabajo y una
función insignificantes, por encima del talento y el riesgo. Ése quizá sea el
mundo y lo otro sólo historias que tejemos para sobrevivir en él.
Llegamos a
esta existencia plenos de vida y sólo se aprenden algunas cosas –sólo algunas–
cuando ya es tarde o el sol del día ha comenzado a ponerse por encima de
nuestras cabezas. Si necesitaba consuelo, éste, seguramente, no debía provenir
de piadosas palabras referidas a lo que estaba ocurriendo. Cierta compañía
humana en los momentos apropiados –quizá en silencio, tal vez envuelta en
diálogos ajenos a los hechos– es el consuelo que ayuda a estar en el camino,
sin resignarse a él.
Y Marga,
nuevamente, aparecía en mis pensamientos. Su sabiduría era silenciosa. Se
filtraba en la realidad que la rodeaba como el agua se filtra en la tierra, en
las casas, en los techos. El agua penetra donde quiere. No hay elemento capaz
de detenerla. El agua, ante lo que está, avanza demonio en sí misma. El agua es
ella, el agua somos nosotras.
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miércoles, 3 de diciembre de 2014
El enfermo imaginario 6
6
En ocasiones,
por la mañana o entrada la noche, me sentaba sola a beber un café y pensaba que
esto que le sucedía a Marga era una oportunidad que se nos brindaba. La reunión
de sucesos debía enseñarnos a domesticar nuestro lado más salvaje y ayudarnos a
subvertir los restos de un servilismo oculto que aún residía en nosotras, un
resabio atávico que nos sojuzgaba.
Los seres
humanos tenemos un perfil que no siempre encaja con lo que somos y menos, mucho
menos, con lo que, realmente, podemos llegar a ser. Desperdiciamos esta
existencia seguros de que alguien vendrá con otra ficha y el viejo juego –el
juego gastado– comenzará nuevamente. Queda el sentido, la arrogancia de quien
tiene algo para decir, cuando la corriente invade esta realidad y la reduce a
períodos de hibernación. Ahí observamos la jactancia de seres grises, que
deambulan extraviados, salvos en sus aspiraciones gracias a un designio fijo y
establecido, sumidos al ciclo de generación y corrupción que contamina toda
materia. En algunas personas, la locura en la que viven no les deja tiempo para
enterarse de que están enfermas. Esa locura actúa como protección.
El mundo –y
según parece el cuerpo también– no está hecho para el exceso. Las grandes
inteligencias, lo que excede la medida, habitualmente son castigadas con la
marginación, observando cómo se premia la constancia en un trabajo y una
función insignificantes, por encima del talento y el riesgo. Ése quizá sea el
mundo y lo otro sólo historias que tejemos para sobrevivir en él.
Llegamos a
esta existencia plenos de vida y sólo se aprenden algunas cosas –sólo algunas–
cuando ya es tarde o el sol del día ha comenzado a ponerse por encima de
nuestras cabezas. Si necesitaba consuelo, éste, seguramente, no debía provenir
de piadosas palabras referidas a lo que estaba ocurriendo. Cierta compañía
humana en los momentos apropiados –quizá en silencio, tal vez envuelta en
diálogos ajenos a los hechos– es el consuelo que ayuda a estar en el camino,
sin resignarse a él.
Y Marga,
nuevamente, aparecía en mis pensamientos. Su sabiduría era silenciosa. Se
filtraba en la realidad que la rodeaba como el agua se filtra en la tierra, en
las casas, en los techos. El agua penetra donde quiere. No hay elemento capaz
de detenerla. El agua, ante lo que está, avanza demonio en sí misma. El agua es
ella, el agua somos nosotras.
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lunes, 1 de diciembre de 2014
El destino Capítulo Completo
El destino
1
Algo sonó
fuera de la casa. Debe haber sido la bocina de una ambulancia, de ésas que en
la noche recorren solitarias la ciudad. Sin aviso, se introdujo en nuestro
cuarto.
Me desperté
como si ya fuera de día, sin rastros del sueño. Descansaba a mi lado. La
contemplé alejada de todo lo que nos afectaba en la vigilia. Me vino a la mente
la idea, la fantasía, de que volviéramos a ser jóvenes, de que en un instante
este paisaje de la vida le hiciera lugar a ese presente que fue; que regresaran
los rostros, las sonrisas, las palabras; que regresaran los seres, que ya no
eran o habían dejado de estar a nuestro lado.
Amar la vida
es lo único que me vino a la mente en esa madrugada, despierta a deshora, junto
a la mujer que amaba. Pensé, con un dramatismo al que no estaba habituada, que
mientras que en el mundo abunda el dolor, dejamos pasar oportunidad tras
oportunidad, como si siempre hubiera tiempo para aquello que no sabemos
realmente qué es. Intercambiamos las máscaras de jueces y verdugos con otros
pasajeros de esta historia, e insistimos con errores que se reiteran en nuestra
juventud, adultez y ancianidad. Los marginados nos despiertan temor, y no
alcanzamos a comprender que esa extrañeza la compartimos todos, sin diferencia,
más allá de que en algún instante nuestra estrella esté en lo alto. Lo único
que brilla siempre es el sol, y nosotros somos inconclusos planetas que giran
alrededor de esa estrella. Nuestra rotación, morosamente, descansa del lado
oscuro, donde la vegetación es fría y no crece, donde el agua se transforma en
hielo y no corre, donde las formas animales toman el rostro de las rocas y se
deshacen en arena.
Creo que tengo
cosas por decir, aunque no conozca la verdadera noción acerca de qué es lo que
sospecho y necesito trasmitir, lo que está en mi boca y apenas me permite
respirar.
2
Se me hace que
somos muchos quienes vivimos esta existencia como si luego existiera otra
oportunidad, como si al cabo de los años la suerte nos brindara otro ida y
vuelta. No en una vida extraña, alejada de los seres, de los sitios e incluso
de las situaciones que de alguna manera hemos transitado. Sino aquí mismo, en
un sentido fuerte del aquí mismo. Por
la magia de esta época, estamos habituados a que la función siempre empieza de
nuevo, el game over no nos asusta.
Sin duda que esto es locura, pero esa sensación que nos recorre, más allá de
que no lo confesemos y de que, en la mayoría de los casos, sea inconsciente,
considero que obra de escudo o de distracción con respecto a la verdad.
No voy a
declarar nada acerca de esa verdad. La verdad la sabemos, está dentro; quien
más, quien menos, la vislumbra, la lleva esparcida en su ser. Hay una vivencia
de ella, por más enajenado que estemos y que la alienación haya perturbado
nuestra relación con ella. No hay instante en que no estemos despidiéndonos.
Cada célula, cada órgano, cada pelo, cada miembro, es testigo de este rito
continuo que nuestros progenitores y ancestros han iniciado.
Hay una edad
en que esa conciencia trágica parece atenuarse. Confiamos en que va
desapareciendo, que se esfumará y terminará extinguiéndose y que nos dejará
tranquilos de ahí en adelante, pero un día retorna, se instala cómodamente en
nosotros y no da señales de abandonarnos nuevamente. Cada mañana, ni bien
despertamos, está ahí.
Hay temporadas
que, desde el amanecer, en lo primero que pensamos es en el tiempo que nos
queda. Y sabemos que ese tiempo también será devorado, sin que tengamos dominio
ni capacidad para evitarlo. Las horas seguirán con ese tintineo en la cabeza. No
se acallará a lo largo de la jornada, estará ahí, hagamos lo que hagamos, sujeto
a nosotros como un animal silencioso, que detrás de su gentileza es el cazador
más eficiente de la manada. Lo sorprendente es esa distracción de la que les
hablaba, cómo logra, con su naturalidad y simpleza, hacerse un lugar en
nosotros y, gracias a los efectos del sopor que causa, nos permite seguir hacia
adelante y hace que nuestra tierra no sea ganada sólo por la verdad. Elude que
se instale una voz que enmudezca al resto y nos diga que no hay sentido en
ningún acto. Si esto no ocurriera, caeríamos exhaustos sobre el primer sillón
que esté frente a nosotros y no nos moveríamos hasta que nos alcanzara la
noche. Pero esa voz no aparece. Esa voz no es tan elevada. Entonces seguimos.
Seguimos día a día. Somos criaturas embriagadas, destellos apagados.
3
Tengo sueños
raros. Y lo extraño es que por la mañana, al despertarme siento que una energía
distinta me recorre el cuerpo y me guía en lo que hago. En esos sueños aparece
gente conocida; han llegado a estar mis
padres, algunas amigas, también Marga. Los lugares siempre son aquellos en los
que viví antes de conocerla, pero misteriosamente me resultan apropiados para
nosotras. Son en el pasado. Las acciones son en el pasado o en un presente
distinto. En esas historias, que parecen episodios, las piezas se engarzan
alrededor de algo que trasciende y otorga sentido al abanico de expectativas,
presiones y desencuentros que a veces nos envuelve. Mis sueños sobrepasan ese
cerco.
4
Nunca me
explicó cómo fue ni cuándo se le ocurrió.
Debe de haber
amanecido poco antes de que ella despertara. La ventana estaba abierta y en la
habitación entraba plena la luz del día. Me sobrecogí cuando sentí sus
caricias. No sé el tiempo que llevaría así. Intenté mover un brazo, luego el
otro, y no pude. Mis piernas estaban abiertas, sujetas a la cama por los
tobillos; una correa hacía lo mismo con las muñecas.
La noche
anterior había querido amarla, pero me contuvo diciéndome que debía levantarse
temprano. No me agradó su negativa, y me fui a dar vueltas entre la cocina y el
comedor, mientras leía y bebía algo; cuando regresé, la hallé dormida.
Percibió mis
movimientos y supo que me había despertado, me miró a los ojos y sonrió. Estaba
de rodillas sobre la cama. Apenas se alzó, vi que llevaba puesto un arnés del
que sobresalía un consolador que yo jamás había visto. Seguramente lo había
adquirido en secreto para esta ocasión, como a ese antifaz negro que le tapaba
parte de la cara y que ahora, cuando pienso en él, me produce risa más que
excitación. Abajo estaba desnuda. Movió una pierna y se tocó, apenas; arriba la
cubría una transparencia negra, sin mangas, que hábilmente había cortado a la
altura de los pezones, que se asomaban por ambos lados.
Llevó un dedo
a sus labios y me hizo un gesto de silencio. Luego pasó sus manos por debajo de
mis nalgas, separó aún más mis piernas, y comenzó a jugar con su lengua y sus
dedos; por largos minutos permaneció así, percibiendo cómo mi cuerpo se
arqueaba, sin otra voluntad que la que le infundía ella. Llevó una mano sobre
mi vientre. Lo oprimió y liberó más de una vez. Ese juego lo acompañaba con
otras presiones que realizaba rítmicamente sobre mi clítoris. Luego llevó una
mano hasta mis pechos y jugó con ellos. Me oí gemir y sé que me oía. La
conozco. Entonces me dio un beso profundo, levantó el rostro y vino a buscar mi
boca y mi lengua. Yo estaba desesperada. Me agitaba sin poder tocarla, movía
los dedos en el vacío, como si tuviera su piel a mi alcance. Sentí que aflojaba
la correa de uno de mis tobillos, y vi cómo se preparaba para penetrarme,
mientras me confesaba cosas al oído que nunca había mencionado. Cerré los ojos
y, junto a los espasmos, besé su lengua cada vez que pude, cuando su boca se
aproximaba a la mía. Apretaba mi cabeza con violencia, introducía sus manos
entre mis cabellos y rozaba, como una caricia, su rostro contra el mío.
Cuando se
cansó de ese juego, se liberó del arnés, lo dejó caer a un lado, y se sentó
sobre mis pechos hasta que tuve su sexo en mi boca y, con las manos apretando
los barrotes, se dedicó a gozar.
5
Tengo la
imagen de una casa cercada por el agua. No es una isla. Es distinto. La casa se
ha reducido a pocas habitaciones, las mínimas, y desde los ventanales se ve el
agua, de un color por momentos lechoso, otros como si fuera arena líquida, una
sustancia extraña, que muda a un verde desagradable y avanza dominante sobre la
construcción. Se inmiscuye donde quiere, donde se le antoja. No podemos
detenerla. Invade nuestra estancia en silencio, sin ningún acto que nos lleve
al escándalo o invite a escenas de dramatismo. Pero sabemos que con ella viene
algo que no conocemos, que es ajeno aunque nazca como un hijo díscolo de
nosotras mismas.
Esta escena no
llega en sueños, sino cuando estoy recostada sobre la cama, sin moverme, con
los ojos cerrados, durante un tiempo, percibiendo los ínfimos sonidos que
vienen desde afuera, las maderas de la casa que se acomodan, una ráfaga de aire
que mueve hojas y ramas en el jardín. Esa escena se va armando en mi mente, y
me veo junto a Marga. Inmóviles, no sabemos qué debemos hacer para detener ese
curso seguro de un elemento extraño que conquista nuestro hogar. Y cuando el
líquido lechoso alcanza nuestros pies, avanza por nuestras piernas y nuestras
manos, tendidas con los brazos hacia la tierra. Ahí se humedecen y sienten que
las roza una temperatura y una superficie, que es más de lo que se ve, entonces
abro los ojos con violencia y me incorporo en la cama. Soy consciente que eso
ha sucedido sólo en mi imaginación, pero ha ocurrido con independencia de mi
voluntad.
6
Después de la sorpresa de ese despertar, por varias semanas vivimos
cierto frenesí sexual que cada día era mayor. Visto desde afuera, daba la
impresión de que no podíamos estar juntas sin besarnos, ni acariciarnos, sin
desear que nuestros cuerpos se entregaran al placer con una intensidad renovada.
Una de esas
noches fuimos a un cumpleaños. Nos costó disimular ese fuego desde las primeras
horas. Habíamos bebido algo de más. Marga se subió a mis piernas y empezó a
besarme. Percibí que a nuestro alrededor se extrañaban de nuestro
comportamiento, pero no era capaz de separarla de mí, menos de insinuarle algo
que la afectara. Sus manos intentaron
abrirse dentro de mi blusa, cuando sentí un chirlo en mis piernas que me
disuadió a seguir. Tomé su mano, la besé y le pedí que me alcanzara el vaso. Reaccioné
gracias a ese gesto de una amiga y comencé a dialogar con los otros invitados.
Por suerte fui capaz de enfriar el momento, sino hubiéramos terminado, tempranamente,
enredadas entre las sábanas del dormitorio de Laura, bajo la mirada cómplice de
algunas y la sorpresa del resto.
Cuando al
final de la velada retornamos a Villa del Parque, entramos a nuestra habitación
contentas de estar juntas. Llevábamos copas en las manos y una botella. Entre
caricias, nos desnudamos una a la otra. Ahí fue que toque algo raro, algo que
en ese estado no me permití apreciar, más allá de saber que estaba palpando una
diferencia en un cuerpo para mí perfecto y que ahora, por razones que
desconocía, se veía invadido por una forma ajena.
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El enfermo imaginario 5
5
Muchos
términos, que no eran propios de mi vocabulario, por esos días comenzaron a
serme comunes. Pensaba en cosas que leía; en mi cabeza iban y venían, datos y
estadísticas, para los que no estaba capacitada. No sabía desentrañarlos en su
significado. Y hoy dudo de que algo de ese fárrago teórico me fuera útil. A
diferencia de mí, a Marga esto no parecía interesarle en lo mínimo. Aceptaba
que esas cuestiones la trascendían. Debían ocuparse de ellas los médicos, los
especialistas. Ninguna de nosotras. Y su cuerpo –como el templo que de pequeña
me habían dicho que era el cuerpo de cada ser humano– tenía que realizar el
resto del trabajo reparador, ante ese sacrilegio celular al que parecía
destinado.
Fui consciente
que ante la enfermedad, si no se está alerta, uno puede ser arrastrado por una
serie de sucesos e ideas que hasta ese momento no sospechaba. La enfermedad de
Marga era la primera que vivía realmente. Pasé por otras que afectaron incluso
a seres cercanos, pero no dejaban de serme ajenas; ésta yo también la padecía.
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El enfermo imaginario 4
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No tengo la
voz de un hombre. Nunca mi voz será eso. Mi voz es la voz de ella, la voz y los sonidos de una mujer.
Los pasos de mis pies son leves, apenas se perciben sobre la madera donde
percuten o las baldosas en las que se deslizan. No los comparo con los pasos de
ellos, los de ellos son fuertes; los míos débiles, delicados. Mi aliento no
gana la mañana con ese ímpetu que lleva el aliento de ellos. Mi voz se puede
elevar, pero nunca se elevará como la voz de un hombre, tonante, impostada.
Pero yo, mujer, amo a una mujer como ningún hombre la amaría. Y sus pasos y su
voz, y su aliento, no llegarán a ella despojados, porque en ella estaré yo,
seré su compañera. Y dejaré los vestidos que he heredado, dejaré los zapatos de
punta que me hacen ridícula y nunca serán míos.
Yo mujer no
pensaré, cuando pienso en ella, en lo que ellos piensan; pero no por eso lo mío
será distinto, en esa esencia que apenas rozamos. Lo mío y de quien esté a mi
lado, tendrá el mismo sabor, un sabor de tierra, de esa mezcla de la que se
hacen las cosas más entrañables, como el amor, el olvido, el recuerdo, esta
vida.
Me perderé en
mis sentimientos como ustedes, como ellos, me perderé como yo, como nosotras,
como siempre deseamos hacerlo. Me perderé en mis sentimientos, porque ésa es la
única manera en la que realmente soy, en ellos existo sin límites.
Lo que haga
siempre será poco. Pero aquí es donde debo estar, donde debo ser. Nada es tan
distinto bajo el sol. Cada cuerpo lleva su sombra en sus propios huesos. Su
carne esconde lo que se eleva altísimo como un dios. Cada cuerpo lleva su
sombra y yo busco aquella sombra donde la mía entregue su oscuridad como una
ofrenda.
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